El infodumping, esa manía de meter información que no es relevante en una novela (normalmente porque el autor ha ocupado mucho tiempo en documentarse), es un problema muy, pero que muy extendido entre los escritores de novela histórica, porque a veces se nos olvida que a nadie le importa cuántas horas hemos pasado buscando si había lecheros en el Berlín de 1961.
La cuerda floja del infodumping en la novela histórica
Como bien dice este consejo para aspirantes a escritores de histórica (en este artículo recojo algunos de mi cosecha), en la web Writers and Artists (la traducción, como todas las del artículo, la he guisado yo):
Cuidado con el infodumping. El show, don’t tell es posiblemente más importante en la escritura de ficción histórica que en cualquier otro género. Utiliza a tus personajes para narrar eventos: lleva a tus lectores atrás en el tiempo a través de los personajes, no expongas simplemente tu documentación.
Pero, como suele suceder con muchas cosas, es bastante más sencillo decirlo que hacerlo. ¿Cómo sabes cuándo estás contando demasiado?
Pues, por ejemplo, cuando incluyes en tu novela algo parecido al capítulo 35 del libro La mandolina del Capitán Corelli, de Louis de Bernières, titulado Un panfleto distribuido en la isla, denominado con el eslogan fascista «cree, lucha y obedece»: ocho páginas de sarcasmo en contra de los invasores italianos de la isla de Cefalonia (Grecia), en la que se ambienta el libro, de las cuales no necesitamos saber nada más que lo que los personajes comentan a posteriori. Eso es, claramente, infodumping.
Un poquito más adelante en el libro (en el capítulo 68, La resurrección de la Historia), tenemos el caso contrario: un ejemplo de información bien introducida que, aunque es verdad que podría ser eliminada por completo de la novela y tampoco pasaría nada, se puede aceptar.
El proyecto la mantuvo ocupada hasta 1961, el año en el que Karamanlis ganó las elecciones de Papandréu, y al final revisó su masivo documento y se dio cuenta de que, mediante su composición y compilación, una transformación se había estado desarrollando dentro de ella.
Otro ejemplo, aún mejor: todo fluye con mucha mayor naturalidad cuando situamos la Historia dentro de la historia, con humor y sin forzar las cosas. Del capítulo 9, 15 de agosto de 1940:
—¿Qué noticias hay de la guerra?
El doctor se retorció las puntas del bigote y dijo:
—Alemania se lo está llevando todo, los italianos están haciendo el tonto, los franceses han huido, los belgas han sido sobrepasados mientras estaban mirando hacia otro lado, los polacos han estado atacando a los tanques con caballería, los americanos han estado jugando al béisbol, los británicos han estado bebiendo té y ajustándose los monóculos, los rusos están cruzados de brazos excepto cuando votan con unanimidad para hacer lo que sea que se les dice. Gracias a Dios que estamos fuera. ¿Por qué no encendemos la radio?
Lo cierto es que La mandolina del capitán Corelli me ha resultado, en su conjunto, un libro difícil de valorar. Tardé mucho tiempo en arrancar: leía una o dos páginas al día y, claro, cualquier avance se me hacía eterno. No solo por los pedacitos de infodumping: la prosa es bastante rebuscada y tardé muchos capítulos en interesarme lo suficiente por alguno de los personajes como para querer saber qué les pasaba. El segundo tercio del libro me encantó, sin embargo, y me hizo querer buscar información sobre la ocupación nazi de Grecia (que es un tema que desconozco prácticamente en su totalidad) y sobre el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial en este país. Aunque, bueno, el final me decepcionó un poco, sobre todo porque el autor se pasó cerca de cien páginas contándome cosas que no me dejaba presenciar: volvemos al problema de la exposición narrativa y los resúmenes.
Pero, en fin, pese a todo, disfruté de la lectura de la novela, aunque solo sea porque ahora puedo ponerla de ejemplo como un libro que cuenta demasiado (después me enteré de que hay una película y todo, con Penélope Cruz y Nicholas Cage, pero como por el tráiler parece que han reducido toda la trama a un simple triángulo amoroso de momento no tengo pensado verla).
Aunque también tenemos el caso contrario: hay libros a los que les falta información. Esto, tengo que decirlo, es un problema contra el que llevo luchando mucho tiempo en mis propias carnes: soy de esas escritoras que necesitan un empujoncito para escribir más. Poco a poco he ido mejorando en este sentido: ahora escojo mejor las escenas que quiero incluir en mis novelas, me aseguro de que las elipsis no dejen coja la trama y de que el lector pueda seguir el texto aunque no tenga conocimiento histórico alguno de lo que sea de lo que esté hablando (de ahí la inclusión de notas al pie de página que me ha dado tantos quebraderos de cabeza).
¡Pero no te creas que soy la única! Es algo que creo que le ocurre un poco a la novela Los jugadores, de Carlos Fortea. El libro trata sobre la Conferencia de Paz de París de 1919: la de los 14 puntos de Wilson y donde se plantó la semilla de la Segunda Guerra Mundial.
Por ejemplo, aquí tienes un ejemplo de un diálogo un poco confuso, que al menos yo tuve que leer varias veces para comprender del todo (página 214 de Los jugadores):
¿Ves lo que te digo? Es complicado de seguir y quizás nos falte algo de información.
Aunque, justo después de esto, viene un párrafo que creo que es magistral: si bien es cierto que quizás convendría que tuviéramos algunas nociones sobre qué fue el Congreso de Viena (yo, la verdad, habría puesto una nota al pie), al tratarse además de un diálogo consigue transmitir mucha información tanto sobre lo que está pasando como sobre la intención de los personajes:
Gestionar la información en la novela histórica (y en cualquier otra novela) no es fácil: es especialmente tentador contar demasiado, dar detalles innecesarios y explayarte hablando de todo eso que has descubierto documentándote y que, claro, a ti te parece fascinante, pero no lo es para el lector. Y también es relativamente sencillo (sobre todo si te pareces un poco a mí) quedarse corto y suponer que el lector te sigue incluso aunque no le hayas dado las pistas necesarias para que recorra contigo el camino. Supongo que ocurre algo similar en la novela negra: la verdad es que nunca he escrito nada de este género, pero me parece uno de los más difíciles precisamente porque encuentro el equilibrio entre contar demasiado y demasiado poco muy delicado. Aunque, ante la duda, prefiero huir del infodumping y quedarme corta: quizás sea por esto por lo que tengo una obsesión un poco malsana con las notas a pie de página.
¿Y tú? Dime, como lector o como escritor, ¿prefieres un poco de infodumping pero que te queden las cosas claras o eres más de ir adivinando lo que pasa con un poco de ayuda de la Wikipedia?
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A mí nunca me importó que una obra de ficción se sobrepase con el infodumping siempre que se traten de anécdotas que sean desconocidas para la mayor parte del público y, claro está, me interesen. Si se habla de un fenómeno histórico más conocido (Congreso de Viena, Paz de Utrecht, Anibal a las puertas de Roma) , entonces prefiero que no me saquen de la trama y sólo se reflejen —o muestren— los elementos históricos que interactúen con la misma.
También hay una alternativa para obras en formato papel, y es jugar con la maquetación de modo que cada cierto tiempo coloques textos, carteles, cartas ficciosas con contenido real… En la CiFi hay un libro, Pórtico, que utiliza este recurso para meterte de lleno en el worldbuiding social.
Ah, y los hay que prefieren abusar con notas al pie de página para dar la opción a los lectores que no están tan interesados en datos tan desligados a la trama. Un sistema muy clásico, y que nunca me molestó.
En verdad comentaría aún más cosas de tu post, pero casi daría para uno propio; cosa que meditaré si vuelvo a hablar de las ucronías en el futuro.
Un placer descubrirte.
¡Hola! Yo lo cierto es que prefiero las notas al pie a carteles o textos ajenos para completar información que deberían estar contenida en la propia narración, porque considero que es una seña de la ineptitud del autor si el único recurso que tenemos para contarla es hacer infodumping y soltarlo tal cual.
Sobre las anécdotas, creo que no «molestan» tanto cuando nos empiezan a contar con pelos y señales los «Grandes Acontecimientos»… especialmente porque son lagunas que pueden rellenarse con una nota al principio o al final de la novela para aclarar cualquier fleco que el lector pudiese desconocer. Nadie ha dicho que sea fácil encontrar el equilibrio: por eso digo que es como una cuerda floja.
¡Y espero que escribas ese artículo! Estoy planteándome muy seriamente escribir una ucronía en un futuro próximo, así que por supuesto que estaría interesadísima en leerlo 😉 ¡Bienvenido, y espero que volvamos a verte por aquí!