EL MIÉRCOLES PASADO, justo después de colgar esta entrada sobre novelas de espías, me fui al cine porque echaban el ballet Giselle en directo desde el Royal Opera House de Londres. No era la primera vez que veía un ballet, pero sí la primera que lo hacía en el cine: por si nunca lo has probado, es una experiencia totalmente recomendable.
La música, ella solita, ya habría bastado para enamorarme, pero si a eso le unes los saltos, los pas de deux, el vestuario, la forma que tienen los bailarines de llenar todo el escenario, la mímica… Pues eso, que salí del cine con corazoncitos en los ojos.
Por supuesto, lo que más impresiona son los protagonistas de la historia: llevan el peso de la acción y del baile y se quedan con las coreografías más espectaculares; sin embargo, una de las cosas que más me llamó la atención de esta producción (quizás por esto de que la vi en el cine, con cambios de plano y alta calidad, que son cosas que te permite fijarte en los detalles) fue el corps de ballet (es decir, toda esta gente que aparece por detrás de los protagonistas, como haciendo bulto: esa es básicamente su función principal).
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