YA TE HE CONTADO más de una vez que empecé a escribir un poco más en serio allá por 2006, cuando tenía 12 añitos y mucho tiempo libre. Esta entrada es un viaje al baúl de los recuerdos para demostrarte dos cosas: la primera, que todos tenemos un pasado oscuro en el que cultivábamos patatas; la segunda, que aquí no se tira nada y que con las patatas más feas también se puede hacer una tortilla.
Una curiosidad: en Potsdam (Alemania), la gente deja patatas en la tumba del kaiser Federico II de Prusia, el Grande. Dicen que mandó custodiar con tanto celo una plantación de patata que la gente empezó a pensar que las patatas eran algo valioso (frente a la concepción popular de que eran comida del diablo) y que a partir de esto se generalizó su consumo entre las personas.
Cómo evoluciona nuestra forma de escribir
Seguro que en su momento escribiste cosas que te parecían geniales pero que en realidad eran una patata. Por ejemplo, en mayo de 2007 yo escribí esta joyita:
Era el comienzo de mi primera novela, esa que iba de una chica elegida a la que la magia la salva de una depresión y una madre que pasa de ella. Voy a ahorrarte el sufrimiento y a spoilearte el final: tras instalar un sistema democrático en un país de hadas que la chica esta salvaba casi por casualidad, en enero de 2008 le puse punto final a la susodicha patata con este primor de párrafo (obviemos el hecho de que esto está escrito en la parte de atrás de las libretas que usaba para clase):
No hay más clichés por centímetro cuadrado porque no cabían: las paredes empapeladas de libros, los adverbios terminados en -mente y el pseudochiste del final… Y eso que no te he enseñado la parte en la que la prota se iba con su crush a un castillo en una isla desierta y se ponían ropa que dejó de estar de moda hace tres siglos. Vamos, todo un prodigio de originalidad.
Pero, bueno, tenía 13 años. Esto fue lo primero que acabé y ni siquiera está pasado a Word (ni va a estarlo nunca). No merece la pena ni corregirlo porque no hay por dónde empezar. Y, aun así, esta patata me hizo aprender muchísimo: fue la primera vez que me preocupé por cosas como cómo resolver una trama o cómo conseguir que dos personajes se enamoren. Calculo que tendrá cerca de 40.000 palabras, lo cual supone una buenísima marca para una primera novela patatosa: también fue la primera vez que sentí esa ahora familiar sensación de satisfacción por haber terminado un manuscrito.
Por supuesto, no creo que pudiera soportar una relectura. Tiene demasiadas muertes sin sentido (porque pensaba que cuanta más gente muriera más adulto era lo que escribía, ya ves tú) y no sigue ni de lejos una estructura coherente de introducción-nudo-desenlace. Es además un buen ejemplo de escritura de brújula pero hecha por alguien que no sabe ni qué son los puntos cardinales: cuando empecé la historia no tenía ni idea ni sobre qué quería que tratara. No tenía personajes definidos ni una ambientación trabajada, así que mucho menos sabía adónde me llevaría la trama. Quizás madurar sea comprender que hay que esperar a tener un mínimo de cosas antes de empezar a escribir una historia, para no quedarnos sin fuelle a la mitad.
Yo tardé un par de años en darme cuenta de esas cosas y en empezar a planificar un poco. Y sigo aprendiendo, con cada nueva historia que escribo. Sigo experimentando y a veces se me siguen escapando clichés enormes. Es que, verás, he escrito muchas patatas en mi vida. Muchísimas. Prácticamente todo lo que he escrito es una patata.
Pero hay ideas en esas patatas que todavía me siguen pareciendo interesantes. Hay veces, por tanto, que es necesario hacer remakes para hacerles justicia a tus ideas. O que necesitas juntar dos patatas para que salga algo que merezca la pena (o a lo mejor lo que te hace falta es podar el huerto). Allá por 2009 escribí una novela ambientada en un circo ambulante australiano. La trama no tenía nada de sentido y me inventé una excusa bastante pobre para incluir un cuento por capítulo; también fue lo último que escribí de fantasía y lo que me hizo divorciarme, al menos hasta el momento, de ese género. Pero rescaté la ambientación circense para otra historia que escribí en 2011. En esta ocasión me gusta bastante cómo desarrollé la trama, pero creo que me equivoqué con el enfoque técnico y que, para que deje de ser una patata, tengo que darle profundidad a varios personajes y hacer algunos cambios. Una reescritura en toda regla, vamos, pero planeo hacerla porque creo que merece la pena. Han pasado años, pero sigo creyendo en la historia y en sus posibilidades, aunque soy consciente de que tal y como está no tiene futuro. Por eso, cuando acabe (si es que algún día la vida me deja concentrarme por fin en ella) la corrección de mi novela sobre la Guerra Fría, quiero ponerme con ella.
El último ejemplo (parezco un abuelito contando sus hazañas de la mili): mi novela publicada, Cuando la luna brille, tiene un planteamiento similar al de otra historia que había escrito antes con ambientación celta. La protagonista era una chica que se casaba con un hombre al que no amaba y la cosa iba de cómo le afectaba esa boda. Aunque, claro, luego los invadían los romanos y se iba a vivir a un bosque con sus hijos y creo recordar que había una escena donde celebraban Samhain: aunque el planteamiento de la boda de conveniencia es similar en ambas historias, al final los personajes eran diferentes y el argumento también terminaba siendo diferente.
Con todo esto quiero decirte que no tengas miedo de reciclar patatas o trocitos de patatas viejas. No es nada malo escribir de nuevo sobre los mismos temas si son temas que te siguen interesando y que te llaman la atención. Y, si hay personajes que siguen rondándote incluso años después de haberles puesto punto y final a sus historias, es porque todavía deben de tener cosas que contar: escúchalos. Quédate con eso y no te lamentes por todo lo demás; lo que has escrito hasta aquí es parte de tu camino como escritor. Es más que probable que sea una patata, pero es tu patata y es la patata que te ha traído hasta aquí. Así que quiérela, pero siendo consciente de que no nació para ser leída sino para ser escrita. Siempre puedes retomar las ideas más adelante. Ya sabes: la práctica hace al maestro y se hace camino al andar.
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A veces las patatas no son malas, les hace falta aliño o freírlas un poco.
Todo es cuestión de saber cocinar. ¿Tienes una patata de historia? Pues no te la comas cruda, no sé. Pélala, añádele tomate, lechuga, atún y te haces una ensalada de patata.
Y si no, pues las fríes, que con un poco de sal están riquísimas.
Con esta alegoría tan curte (xD) quiero decir que muchas historias tienen posibilidades convertirse en grandes platos, sabiendo cómo tratarlas, escribirlas y sabiendo añadirle los elementos que les faltan. Algunas no tienen salvación. Son esas patatas medio podridas que no sabes cómo han llegado ahí.
Muy chulo el artículo, de verdad 🙂
A veces hay patatas que no se pueden salvar, pero aunque sea el caso son importantes porque es de los errores de lo que más se aprende. ¡Y muchas otras veces sí que se pueden salvar! Como bien dices, es cuestión de aliñarlas un poquito
¡Caray!
Tengo un costal lleno de patatas, algunas pienso yo – continuando la analogía – puedo considerarlas bastante malas, hasta podridas. Pero hay otras que valen mucho la pena. Un saludo
Las primeras patatas pueden estar podridas, porque para eso son las primeras, pero no por ello son menos importantes. Para conseguir una patata de calidad, que se pueda vender en el mercado, tienes que haber cultivado antes un buen saco de patatas podridas. ¡Nadie nace sabiendo! Un saludo