Creo que todos estamos de acuerdo con que la novela histórica es un género de best sellers. En España se publican miles de títulos al año (muchos de ellos escritos por autoras), pero al final pasa como con todo y hay dos o tres nombres que son los que vienen a la mente de cualquiera ante preguntas como «¿cuál es tu novela histórica favorita?» o «¿cuál fue la primera novela histórica que leíste?». Vamos, confiésalo: seguro que uno de los nombres que tienes en la punta de la lengua es Ken Follett. O Julia Navarro. Por supuesto, que te acuerdes de sus nombres y no de los de autores más modestillos es culpa de las costosas campañas de marketing de las grandes editoriales, que van a lo seguro (pero esa es otra cuestión).
La luz que no puedes ver
Uno de esos best sellers es La luz que no puedes ver, de Anthony Doerr. Entre otras cosas, ganador de un Premio Pulitzer en 2015, favorito absoluto de muchos bookstagramers (el otro día comenté en una foto que no era para tanto y la dueña de la cuenta me respondió que era la primera persona que le decía tal cosa) y, en mi caso, uno de esos libros que no dejan de perseguirte allá adonde vas, urgiéndote a leerlo porque (nuevamente) tiene una campaña de marketing detrás que ya quisiéramos muchos.
De hecho, no recuerdo cómo supe de La luz que no puedes ver por primera vez pero, fiel a mi proceso habitual de compra, por fin me decidí a llevármelo a casa cuando lo vi en una librería en la playa el verano pasado. No me entusiasman demasiado las novelas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial (considero que el mercado anda un pelín saturado), pero la premisa general me gustaba bastante (me sigue pareciendo lo mejor de la novela) y no había leído nada del autor anteriormente, así que me decidí a darle una oportunidad.
Por si todavía no lo conoces, esta es la sinopsis de La luz que no puedes ver (sacada de la web de Suma de Letras):
Marie-Laure vive con su padre en París, cerca del Museo de Historia Natural, donde él trabaja como responsable de sus mil cerraduras. Cuando, siendo muy niña, Marie-Laure se queda ciega, su padre le construye una perfecta miniatura de su barrio para que pueda memorizarla gracias al tacto y encontrar el camino a casa. A sus doce años, los nazis ocupan París y padre e hija tienen que huir a la ciudad amurallada de Saint-Malo. Con ellos se llevan la que podría ser la más preciada y peligrosa joya del museo.
En una ciudad minera de Alemania, el joven huérfano Werner crece junto a su hermana pequeña, cautivado por una rudimentaria radio que ambos encuentran. Werner se convierte en un experto en construir y reparar estos aparatos cruciales para los nuevos tiempos, un talento que no pasa desapercibido a las Juventudes Hitlerianas.
Siguiendo al ejército alemán, Werner deberá atravesar el corazón en guerra de Europa. Hasta que en la última noche antes de la liberación de Saint-Malo los caminos de Werner y Marie-Laure por fin se crucen. Y sus vidas cambien para siempre.
Y lo cierto es que el principio me gustó mucho. La prosa es un poquillo rebuscada, pero las imágenes son preciosas y la estructura en capítulos cortos y alternados entre los dos protagonistas, Werner y Marie-Laure, hace que la lectura sea muy ágil. Marie-Laure era mi favorita, hasta que, lamentablemente, en cierto punto dejó de ser un personaje vivo para convertirse en un elemento estereotípico rellenador de páginas. Me quedaba Werner, cuya historia ganó intensidad a medida que iba avanzando en la novela, hasta que (sorpresa) dejó también de ser un personaje vivo para convertirse en otro elemento estereotípico (más proactivo que Marie-Laure, eso sí). Te ahorraré los spoilers, pero básicamente la novela gira en torno al encuentro entre estos dos personajes, que según los pinta la historia son las dos personas más inocentes y con mejores intenciones de Europa en 1944 (nótese la hipérbole), para contrastar un poquito con un señor malo malísimo que, claro, resulta que es un oficial nazi, y al que los protagonistas deben vencer en cierta batalla a vida o muerte, y bla bla bla.
Melodrama aparte, la novela podría haberse reencauzado un poco si el autor hubiera conseguido dejar fuera del libro algo de su visión americanizadísima del mundo, pero precisamente el lugar donde esto se ve más claramente es en las últimas páginas del libro, de modo que… En fin. Solo diré que estoy completamente de acuerdo con esta reseña del libro en Goodreads.
Pese a todo, aunque La luz que no puedes ver no se vaya a convertir en mi novela favorita, fue una lectura entretenida. Y quizás sea eso con lo que se han quedado los miles de lectores que proclaman a los cuatro vientos que es el mejor libro que han leído en su vida.
Los best sellers y la novela histórica
Recuerdo que una vez pregunté en una clase si mis alumnos creían que era mejor la literatura de best sellers o la literatura indie (básicamente para crear debate, ya sabes), y me sorprendió que nadie se planteara que los best sellers no son los únicos libros disponibles en el mercado. Ya ves, a estas alturas una a veces peca de inocente, como los protagonistas de la novela de Doerr.
Aunque tengo que reconocer que sí que hay un personaje en La luz que no puedes ver que se hace la pregunta del millón: ¿Es correcto hacer algo solamente porque todos los demás lo hacen? (Como nota al margen, el personaje que se plantea estas cuestiones tan elevadas es una niña pequeña que es brillante y soberanamente valiente y tiene la capacidad de análisis necesaria para juzgar la sociedad en la que vive con la misma distancia e imparcialidad como el lector casual del siglo XXI. Un prodigio de chiquilla, vamos).
Pero la pregunta nos sirve para reflexionar sobre el nazismo tanto como para reflexionar sobre nuestros hábitos de consumo de cultura. ¿Leemos este tipo de libros porque son best sellers o son best sellers porque los leemos? ¿Son todos los best sellers basura comercial (esta es otra: ¿no has oído nunca que hay gente que desprecia cualquier forma de cultura porque se ha vuelto demasiado comercial? Como si los escritores no quisiéramos que nuestro producto se venda. Como si todo lo que se vende lo hiciera porque el autor ha traicionado sus principios)? ¿Eres menos lector si lees best sellers? ¿Ya ni siquiera somos capaces de decidir por nosotros mismos si algo nos gusta o no?
El caso es que mi relación con los best sellers es de cautela. No suelo tener muchas expectativas (y hay casos como La chica del tren en los que el producto es tal y como lo esperaba), la verdad (aunque no tan pocas como Carlos Zanón, que en este artículo explica por qué opina que los best sellers no son literatura), y justo de esa manera me embarqué en la lectura de La caída de los gigantes, de Ken Follett, hace un par de meses. Y por eso me sorprendió tan gratamente (aunque parece que mis miedos con respecto al señor Follett se van materializando con un poquito menos de disimulo a cada nueva entrega de sus sagas, o eso dice Fran Zabaleta, que ha leído el último de sus libros).
Total, que no por ser un best seller tiene que ser malo. Ni bueno. Que muchas veces no son buenos, sino entretenidos. Que leas best sellers si te apetece, que hay muchos en las secciones de novela histórica de las librerías, aunque no te recomiendo mucho La luz que no puedes ver. Han pasado más de seis meses desde que lo terminé y sigo enfadada con el final.
(Aunque me interesa mucho saber tu opinión sobre el libro si lo has leído: ¡déjame un comentario!)
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Un elefante bajo el parasol blanco
Elena Álvarez
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Estupendo análisis, Elena. En efecto, los best sellers no tienen por qué ser buenos ni malos. SIn embargo, me viene a la cabeza el primer best seller histórico, el que desató esta fuebre que ahora vivimos: «El nombre de la rosa», de Umberto Eco. Y no piuedo dejar de pensar: ¡mira que han cambiado las cosas desde entonces! 😀
¡Y tanto! Gracias por el comentario