HOY VENGO con una grandísima noticia: ¡he terminado de escribir una nueva novela!
El día 24 de abril, después de muchos meses de trabajo, frustraciones y alegrías, le puse punto y final a mi proyecto ambientado en la Guerra Fría, en Berlín.
(Bueno, en realidad esto no es del todo cierto: lo que he terminado es un primerísimo borrador que va a necesitar unas cuantas correcciones a fondo para estar medianamente presentable, pero de eso hablaré luego.)
Lo que importa es que es el borrador más largo que he escrito hasta ahora (¡97.000 palabras!) y que, después de tantísimos meses (casi un año, aunque con parones y mucha irregularidad), por lo menos he conseguido poner todo lo que quería por escrito, aunque las ideas no estén del todo ordenadas y se me ocurriera cambiar de narrador en la página 60 (me repito mucho, pero no hagas lo mismo: planifica antes de empezar y te ahorrarás los antiinflamatorios para el dolor de cabeza).
En un intento de controlar esa irregularidad y de obligarme a avanzar a toda costa, hace unos tres meses me propuse un objetivo diario: escribir un mínimo de 700 palabras al día. Como ya dije en esa misma entrada, no escribo todos los días y, además, ha dado la casualidad de que estos tres meses precisamente he estado ocupadísima con ocho mil frentes abiertos a los que tenía que dedicarle atención. ¿Y eso qué significa? Que no he cumplido el objetivo: solamente he superado las 700 palabras el 36% de los días.
¡Pero no pasa nada! Lo importante era avanzar y seguir escribiendo; los días productivos (especialmente los fines de semana, que también es cuando más tiempo podía dedicarle) compensaban un poco los que no podía sentarme frente al teclado, y aunque tuve que alargar el tiempo que había previsto en un principio que iba a tardar en terminar, al final ¡lo he conseguido!
Voy a insistir en esto porque también hay que saber aprender del fracaso: si te marcas un objetivo (ya sean 200, 700 u 8.000 palabras diarias) y no lo cumples, ¡no pasa nada! Lo verdaderamente importante es que te sientes a escribir: la constancia, el día a día. Eso es lo que cuenta (mira, otra cosa que podemos aprender de los bailarines de ballet. O de los músicos, o de cualquier deportista de élite). Y que disfrutes con ello: que no te cieguen los números y que tu amigo Fulanito escribe a velocidades supersónicas y termina novelas de 100.000 palabras en dos semanas. Cada uno tiene su ritmo y su forma de trabajar y cantidad no equivale necesariamente a calidad. Así que felicita a tu amigo Fulanito y no le des más vueltas: siempre va a haber alguien que haga las cosas mejor que tú; es ley de vida y hay que superarlo.
Mira, te voy a dar un truco que te puede ayudar a cumplir tu objetivo: búscate una plantilla de Excel para ir anotando el número de palabras que escribes cada día. Puedes hacerte la tuya propia, con los parámetros que más te interesen, o puedes coger alguna de estas, que ya están hechas (y hay mil más rondando por internet. Si encuentras una que se adapte perfectamente a lo que buscas, ¡úsala! Y pon el enlace en los comentarios para que todos podamos utilizarla).
Yo, durante estos casi tres meses, he utilizado una de las que aparecen en ese artículo, modificándola un poco para adaptarla a lo que yo quería (si haces click en la imagen, se agrandará).
Lo cual me ha permitido hacer unos gráficos de lo más chulos (tengo que admitirlo, me encanta enredar con estas cosas). El primero, de cómo ha ido aumentando el número total de palabras de la novela (aunque este habría estado muy bien haberlo hecho desde que empecé a escribirla… probablemente lo intente la próxima vez):
Y el segundo (mi favorito), en el que las columnas indican el número de palabras que he escrito cada día y la línea recta, el mínimo de 700:
Como ves, hay algunos espacios en los que no escribí nada de nada (por ejemplo, la semana antes de la presentación de Cuando la luna brille, en la que literalmente no tuve tiempo). Pero estoy contenta, porque conseguí sentarme a escribir un 66% del total de días, ¡y eso es más de la mitad!
¿Y ahora, qué?
Pues, naturalmente, ahora toca corregir. Va a ser una tarea ardua, pero creo que gratificante (y no es la primera vez que la emprendo, así que intentaré que se me haga lo menos cuesta arriba posible).
Normalmente, lo que se recomienda es dejar reposar la novela. Viktor Valles, por ejemplo, es lo que nos aconseja en este interesantísimo artículo en el blog Excentrya. Pero yo, en este caso, voy a saltarme eso y, de hecho, ya me he metido de lleno a corregir. Me he impreso el borrador y me he comprado un boli rojo de tinta gel (qué quieres que te diga, estoy acostumbrada a escribir a mano: solo me decidí a escribir esta novela directamente a ordenador porque estaba en Alemania cuando la empecé y no quería comprarme mucho material de oficina que tuviera que traerme de vuelta después. Y corregir a mano tiene su encanto). ¿Que por qué? Pues mira: si se tratara solamente de una corrección de estilo, de colocar palabras en otro orden y de buscar sinónimos, esperaría. Pero como no es el caso, como lo que más me interesa es organizar el caos que tengo en mi cabeza de datos históricos y dosis de información, prefiero corregir al menos ese aspecto mientras tengo las cosas frescas antes que dejar pasar x meses y volver a ello, cuando se me haya olvidado en qué año tuvo lugar la Crisis del Café.
Y antes de irme, una cosita más: quizás lo sepas ya si me sigues en redes sociales, pero ¡hace dos semanas salí en la tele! Me hicieron una entrevista para el programa Extremadura en Abierto de Canal Extremadura, que puedes ver aquí (si quieres, también puedes pasarte por aquí y ver el resto de entrevistas que me han hecho a propósito de mi libro, Cuando la luna brille). ¡Y ya sabes! Cualquier duda o sugerencia, puedes dejar un comentario.
¡Hasta la semana que viene!
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Enhorabuena, y gracias por la entrada. Me sirve mucho porque me he propuesto que este sea una año (primavera a primavera) de retos, a poder ser cumplidos, y estoy aun dilucidando como formular esos retos.
La tabla de excel, no lleva mucho tiempo rellenar tantos datos??
¡Hola! No, en realidad es muy divertido ir rellenando… Lo suyo es hacerlo día a día, y ver cómo los datos van cambiando y las cifras totales aumentando da muchísima satisfacción. De hecho, es un aliciente más para cumplir el objetivo que te hayas marcado: ¿cómo vas a decirle a la hoja de cálculo que hoy no has podido escribir?
Me alegro mucho de que te sirva la entrada ¡y mucha suerte con esos retos! Espero volver a verte por aquí y que me cuentes que los has cumplido todos. Muchas gracias por pasarte y comentar. ¡Saludos!
Hola, hola!
Vaya entrada me encuentro así de repente, ¡zas! Me ha encantado, llevo mucho tiempo con un proyecto largo entre manos, mi problema es que lo tengo aparcado porque siempre me sale algo: mirar moscas, contar los pelos a mi gata… ya me entiendes, cosas importantes, de escritor. Leer tu entrada me acaba de poner las pilas… Bueno la verdad es que me has picado a usar una plantilla de Excel porque la tuya es muy chula… pero bueno, lo que importa es el fondo, ¿no? ¿O era la forma?… no sé, bueno, lo que importa es que me has inspirado a continuar.
Una gran entrada, muy inspiradora. Ánimo con lo que te queda por delante, que como decía la canción: It’s the hardest part.
Un saludo!
¡Hola! Vaya, ¡muchas gracias! Me alegra un montón haberte ayudado, o por lo menos haberte animado. ¡La actitud es muy importante! Te recomiendo que utilices algún tipo de plantilla, la que mejor se adapte a lo que tú necesites. Motiva un montón ver cómo las cifras van creciendo (y hacer grafiquitos y enredar es una estupenda manera de procrastinar