La hija de la novicia no es la primera novela histórica que he escrito ambientada en la Edad Media. De hecho, ni siquiera es la primera novela de corte medieval que he publicado: los protagonistas de Cuando la luna brille son dos jóvenes vikingos también del siglo IX, aunque al final se trata de dos novelas muy distintas que tratan temas también muy diferentes. Es más: con La hija de la novicia sumo dos novelas con ambientación medieval y otras dos situadas en el siglo XX.
En la novela histórica, quizás más que en otros géneros, la época y la ambientación son casi siempre el primer elemento que debemos tener bien claro a la hora de plantearnos comenzar un nuevo proyecto. Las costumbres y creencias de cada lugar y cada tiempo condicionan los comportamientos y la personalidad de los personajes tanto como los grandes acontecimientos que pudieran haber ocurrido en cada época.
Siempre digo que, si una novela histórica está bien construida, no podremos separar en ella el entorno de la trama. Si trasladáramos una novela cuya acción transcurra, por ejemplo, en el Berlín de la Guerra Fría a, digamos, la Castilla de los Comuneros, y el argumento y las motivaciones de los personajes no tuvieran que sufrir grandes cambios para continuar resultando coherentes… es que no estamos ante una buena novela histórica.
Por ello, es muy importante que antes de sentarse a escribir, quien se propone abordar una novela histórica emprenda primero una gran labor de documentación sobre la época que pretende retratar. Y no creas que, por haber escrito anteriormente otra novela histórica medieval, me ha resultado en esta ocasión tarea fácil sumergirme en el mundo de La hija de la novicia: ¡todo lo contrario!
La magia de escribir una novela histórica medieval
Mi nueva novela está situada en un período muy concreto: comienza poco después de la muerte de Carlomagno, en el año 814 después de Cristo, y su trama abarca prácticamente todo el reinado de su sucesor, su hijo Ludovico el Piadoso.
Escribir sobre la mentalidad y los usos de esta época ha sido para mí todo un reto por todas estas razones:
Los inventos
Para empezar, nuestra forma de entender el mundo es radicalmente diferente a aquella que tenían las gentes del año 800. No te hablo ya de detalles obvios, como que en la Edad Media no había electricidad ni agua corriente ni Tinder; es que no se habían inventado los biberones como los conocemos hoy en día. Por supuesto, aún no habían llegado a Europa las patatas ni el café. Gran parte del imaginario que asociamos a la Edad Media procede en realidad de la Baja Edad Media, lo que corresponde aproximadamente con los siglos XIV y XV, cuando ya se habían inventado artilugios tan útiles como los relojes mecánicos. La letra minúscula, por ejemplo, también fue un invento medieval, precisamente de los carolingios.
Mencionar, aunque sea de pasada, cualquiera de estos objetos tan cotidianos para nosotros puede suponer un gran gazapo en una novela histórica medieval: esto conlleva muchas horas de búsquedas e investigación sobre detalles como cuándo se popularizó el uso del tenedor en Europa.
La información
Otro punto importante es que yo escribo novelas con personajes de a pie, sencillos, gente de la calle. Estos personajes se ven afectados por las decisiones de los poderosos, claro está, tanto como nos vemos tú y yo afectados cuando nos suben el IVA, pero no suelen estar allí dentro de la sala donde tal o cual rey firmó tal o cual tratado. En esta novela, por cuestiones argumentales, era importante dar cuenta hasta cierto punto de lo que hacían o dejaban de hacer el emperador Ludovico y los señores de la Corte, pero las noticias viajaban en aquella época muchísimo más despacio que hoy en día y Elvira, mi protagonista, no siempre estaba pendiente de lo que ocurría por el mundo (la pobre tenía preocupaciones más apremiantes, la verdad).
En otras novelas me he valido de recursos como la prensa, pero como periódicos era otra cosilla que los carolingios todavía no tenían, me he valido en esta ocasión de rumores y cuentos pasados de unos a otros. En realidad, es un filón: las noticias se camuflaban de maravilla y las verdades se exageraban y distorsionaban todo lo que quisiera el que las contaba. Esto puede dar pie a muy buenas tramas, si uno sabe cómo tratarlo (¿ves lo que te decía de que el entorno es inseparable del argumento en una buena novela histórica?)
El exceso de documentación
El enemigo principal del escritor de novela histórica es el infodumping: por mucho que tú sepas, por muchos libros que hayas leído sobre el tema que tratas y por mucho que te hayas documentado, habrá ahí una gran cantidad de información que no será relevante para la historia que estás contando. Aburrir al lector con datos interminables que no aportan nada a la trama es, para mí, uno de los mayores peligros en los que podemos caer mientras escribimos. A veces es complicado, por eso, encontrar un equilibrio entre mostrar lo suficiente de la época para situar a quien nos lee pero sin caer en la tentación de abrumar a ese mismo lector con todo lo que hemos aprendido para poder escribir la novela.
El vocabulario
Soy tan puntillosa que en esta novela he intentado en todo momento ajustarme a un vocabulario lo más acorde posible a la época. Es por supuesto irreal, pues el castellano en el que yo he escrito la novela no existía aún en el año 800 (por aquí se hablaban ya evoluciones del latín, pero aún no estaba el español que tú y yo conocemos totalmente desarrollado), y además mis personajes se mueven por Europa y entran en contacto con otras de las lenguas que se hablaban en el momento, como el franconio.
Pero aun así, en aras de ajustar lo máximo posible la experiencia del lector a lo que podría haber ocurrido en la época si mis personajes hubieran sido reales, me fijé unas reglas que luego me resultó algo complicado seguir, todo ello con el objetivo de trasladar al lector al pasado. En primer lugar, intenté en todo momento utilizar estructuras complejas, pero que no resultaran tampoco demasiado alambicadas o artificiales. Además, me preocupaba mucho el uso de palabras derivadas del árabe, porque lógicamente en el año 800 todavía no habrían podido introducirse en el castellano. Y por último, estuve bien pendiente de no introducir demasiados neologismos o palabras que se hubieran acuñado mucho más tarde.
Seguro que algo se me coló, pero al menos hice un esfuerzo consciente por adaptar el lenguaje todo lo posible a lo que quería conseguir (eso es parte de los trucos que gastamos los escritores, claro).
En definitiva, escribir La hija de la novicia ha sido todo un reto. No me ha resultado nada fácil contar esta historia, pero aun así parte de la magia de esta profesión consiste en poder echar la vista atrás, al año 2021 cuando esta novela no era más que una idea incipiente, y apreciar todas las horas y el cariño invertidos en narrar los viajes de la novicia Elvira y recorrer con ella las montañas y los bosques de la Edad Media. No ha sido un camino sencillo, pero ha merecido (y mucho) la pena.
Aquitania, año 814. La novicia Elvira es testigo de la muerte en extrañas circunstancias de una dama que acaba de dar a luz a una niña en un convento perdido en medio de las montañas. Esa misma noche, mientras vela su cadáver, un extraño las ataca a ella y a la huérfana. Asustada, Elvira prende fuego al convento para evitar que nadie las siga y huye con la recién nacida. Sin embargo, por mucho que trate de alejarse del peligro, las misteriosas circunstancias que rodean el nacimiento de esa niña las perseguirán hasta los confines del imperio de los francos. En una Europa inestable y en pleno proceso de cambio, ¿podrá una mujer sola descubrir el secreto que esconde el bebé que protege y salvar a ambas de una muerte segura?
La hija de la novicia
Elena Álvarez
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