Europa después de Carlomagno

Europa después de Carlomagno | Esquinas Dobladas

Corría el verano de 2021, cuando acabábamos de vacunarnos y empezábamos a desperezarnos de los sopores de los confinamientos, cuando hice un viaje a Alemania. Conozco ya parte del país (estuve viviendo allí, de hecho, una temporada, y guardo muy gratos recuerdos de aquella época), pero siempre me llevo algo nuevo de cada visita. En esta ocasión, como nos quedábamos un par de noches en Colonia (ciudad recomendadísima, por cierto), decidimos acercarnos a visitar Aquisgrán, que en tren está a menos de una hora.

Pasamos un día estupendo, visitando las fuentes de agua caliente de Elisenbrunnen y tomando Eiskaffee, y lo último que hicimos fue entrar en la Capilla Palatina de la catedral. Salí de allí tan fascinada que, al momento, supe que tendría que escribir una novela en la que, de alguna manera, salieran los mosaicos dorados de aquella capilla, a los que ni las fotos ni las palabras les hacen justicia.

Poco a poco fueron surgiendo los personajes de La hija de la novicia, mi nueva novela, ¡que acaba de salir a la venta! Fue todo un reto para mí darles forma a las tramas y misterios que empezaban a gestarse en un contexto tan lejano para nosotros como el de la Europa de Carlomagno.

Por supuesto, antes de empezar a documentarme para escribir la novela había oído hablar de Carlomagno, Carlos el Grande, el que dio nombre al Imperio Carolingio. Pero sabía bien poco de sus sucesores, de lo que ocurrió con sus dominios cuando él murió y de cómo incluso hoy en día podemos apreciar algunas consecuencias de lo que se cocía por Europa en el siglo IX.

Europa después de Carlomagno

Carlomagno, considerado por muchos como el padre de Europa, transformó durante su longevo reinado sobre los francos los sistemas de gobierno y administración que se daban en la época. Estableció una primitiva forma de feudalismo que, aunque con algunos cambios, estaría vigente en muchos países europeos hasta muchos siglos después de su muerte. También, aunque él mismo no sabía escribir, favoreció el uso de la letra minúscula en los scriptoriums (¡la llamada minúscula carolingia!) y, además, el uso paralelo del latín y de las lenguas vernáculas de las diversas regiones sobre las que reinaba.

Ludovico el Piadoso

El 28 de enero de 814, el anciano emperador Carlos (se había hecho coronar como tal por el papa León III en el año 800) falleció en su palacio de Aquisgrán. Su hijo Ludovico, que reinaba en Aquitania desde hacía más de treinta años, emprendió el viaje a la corte sin perder tiempo, y fue reconocido de inmediato como el único heredero de los vastos reinos que habían pertenecido a su padre.

Ludovico era en realidad el cuarto de los hijos legítimos de Carlomagno, que solo ascendió al poder tras la muerte de sus tres hermanos mayores pero que lo hizo, gracias al hacer de su padre, de forma pacífica y sin oposición alguna. Un año antes de su muerte, el emperador Carlos lo había llamado a Aquisgrán y lo había coronado como co-emperador, de modo que la continuidad de su legado estaba garantizada.

Sin embargo, Ludovico había sido criado para ser eclesiástico. Se ganó en vida el sobrenombre de Pío o Piadoso debido a su fe, muy rígida y profunda. Una de las primeras tareas que acometió al asumir el trono fue la expulsión de la corte de todas las concubinas y los hijos ilegítimos que su padre había protegido en Aquisgrán. No contento con esto, también envió a sus hermanas a diversos conventos y abadías, alejándolas de las intrigas de la corte para asegurar que ningún advenedizo pudiera arrebatarle el trono. Esta purga de la corte fue vista como un intento de moralizar y unificar el reino bajo una sola fe y un solo líder legítimo.

Durante su reinado, Ludovico se enfrentó a muchos desafíos, tanto internos como externos. Tuvo dificultades para mantener la paz en los amplísimos territorios que había conquistado su padre, y la nobleza comenzó a cuestionar su autoridad. Las tensiones entre los diversos reinos y territorios del imperio, muy heterogéneos y en ocasiones con lenguas y leyes diferentes, se intensificaron.

En el año 817, tras un accidente que casi le costó la vida, Ludovico redactó un documento conocido como la Ordenatio Imperii. En este documento, Ludovico dividía sus tierras entre sus herederos, favoreciendo claramente a su hijo primogénito, Lotario. Esta división del reino dejó descontentos a sus dos hijos menores, quienes sintieron que sus derechos y expectativas habían sido ignorados. Con la Ordenatio Imperii, Ludovico pretendía asegurar una transición ordenada del poder, como la que él había recibido de su padre, y también mantener la unidad del imperio frente a amenazas internas y externas.

Tras la muerte en 818 de su primera esposa, Ermengarda de Hesbaye, Ludovico se casó de nuevo, tan solo un año después, con Judith de Welf. Con ella tuvo dos hijos más, Gisela y Carlos, y fue la aparición de estos nuevos herederos, que no estaban contemplados en la Ordenatio Imperii, lo que llevó a Lotario (primogénito de Ludovico) a liderar una revuelta contra su padre en el año 830. A esta rebelión se unieron Pipino de Aquitania y Ludovico el Germánico, hijos ambos de la primera esposa de Ludovico.

Juntos lograron que su padre abdicara en favor de ellos y que la reina Judith fuera expulsada de la corte y encarcelada. Sin embargo, en 834, los hermanos perdieron apoyos y Ludovico regresó a la corte de Aquisgrán, y fue restituido él como emperador y su esposa Judith como reina.

El Tratado de Verdún

La paz que siguió no duraría mucho. En el año 840, tras la muerte de Ludovico, sus hijos se enzarzaron nuevamente en una guerra por el poder. Esta guerra solo culminaría en el año 848, con la firma del Tratado de Verdún, que dividía el antiguo imperio de Carlomagno en tres partes, y cada una de ellas sería gobernada por uno de los hijos que sobrevivieron a Ludovico. Este pacto, por tanto, no solo supuso la fragmentación del territorio, sino que también marcó un cambio significativo en la política y cultura de Europa; la división del imperio contribuyó a que surgieran diferentes naciones con señas identitarias y culturales propias de aquellos tres reinos primitivos: Francia (gobernada en aquellos momentos por Carlos el Calvo, nieto de Carlomagno), Italia (bajo el dominio de Lotario) y Alemania (bajo el poder de Ludovico el Germánico).


Es precisamente en esos años convulsos tras la muerte de Carlomagno en los que está ambientada mi novela La hija de la novicia: la historia da comienzo en uno de esos conventos, en mitad de las montañas, a los que Ludovico el Piadoso envió a las concubinas de su padre. Allí muere una dama en extrañas circunstancias y solo una novicia está dispuesta a poner a salvo a su hija recién nacida.

La hija de la novicia | Elena Álvarez | Esquinas Dobladas

La hija de la novicia

Elena Álvarez

La épica aventura de una mujer y una niña en la Europa del siglo IX, un continente arrasado tras la muerte de Carlomagno. ¡Ya a la venta!

Aquitania, año 814. La novicia Elvira es testigo de la muerte en extrañas circunstancias de una dama que acaba de dar a luz a una niña en un convento perdido en medio de las montañas. Esa misma noche, mientras vela su cadáver, un extraño las ataca a ella y a la huérfana. Asustada, Elvira prende fuego al convento para evitar que nadie las siga y huye con la recién nacida. Sin embargo, por mucho que trate de alejarse del peligro, las misteriosas circunstancias que rodean el nacimiento de esa niña las perseguirán hasta los confines del imperio de los francos. En una Europa inestable y en pleno proceso de cambio, ¿podrá una mujer sola descubrir el secreto que esconde el bebé que protege y salvar a ambas de una muerte segura?

Elena

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