EN LA ENTRADA DE la semana pasada ya te conté que este verano, con esto de las vacaciones y gracias a una escasez de acceso a internet, he tenido que reaprender a escribir sin documentarme. O, lo que es lo mismo, he hecho un esfuerzo por seguir escribiendo: nada de pararme a completar detalles y, por supuesto, nada de pasar tres horas de reloj mirando a la pantalla porque hay una palabra que no me viene a la mente. Al fin y al cabo, ya habrá tiempo de volver a todo eso cuando comience a corregir la novela.
No quiero ponerme pesada repitiendo lo mucho que ha aumentado mi productividad desde que he decidido regresar a mis orígenes y escribo sin distracciones, pero es que es así. Una media de 1000 palabras al día, un grandísimo empujón a la novela y, sobre todo, la sensación de que estoy avanzando; de que por fin esto toma forma, que es algo que, sinceramente, con este proyecto no me pasaba desde que comencé a planificar su estructura hace cosa de un año (además, tuve un bache allá por la mitad, que por suerte pude superar). ¿Y cuál ha sido la clave? Puede parecer simple, pero ponerme a escribir.
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