Cómo aprendí a escribir niños

Cómo aprendí a escribir niños

NUNCA HE ESCRITO para niños y, de hecho, me parece una de las cosas más difíciles que puede intentar un escritor: creo que me volvería loca intentando adaptar la trama, el vocabulario y, en realidad, toda la historia para un público al que, desgraciadamente, no termino de comprender. El tipo de historias que me gusta leer y escribir no son precisamente infantiles (qué le vamos a hacer, me encantan los dramas y las tragedias y los argumentos complicados y tristes), así que de momento no es algo que me vea intentando. Eso sí, admiro profundamente a los escritores de libros infantiles. Muy, muy profundamente.

Pero lo que sí que he hecho (o más bien me he forzado a hacer) ha sido escribir (crear) personajes que son niños. Es algo que estuve evitando durante mucho tiempo: ya en mi primera patata (esa que escribí con doce años y que por alguna razón sigo mencionando de vez en cuando) me dije que no me interesaba escribir sobre personajes de mi edad y planté a mi protagonista en la universidad (y en Nueva York), sin tener obviamente ni idea ni de cómo manejar  ni una cosa ni la otra. Un consejo bastante extendido en el mundo de la escritura es que escribas sobre lo que sabes, pero a mí me parecía más seguro meterme en camisas de once varas que escribir sobre niños. Y, desde entonces, esa aparente fobia que tengo se ha ido incrementando.

Hasta que me planté. Escribí una patata postapocalíptica (la llamo patata directamente porque la pseudo-ciencia ficción y yo no nos llevamos demasiado bien) cuyos protagonistas eran niños hace un par de años y… bueno. Me sirvió para darme cuenta de que tenía mucho que mejorar.

Y, como soy una friki de la documentación, me puse a investigar, porque supuse que habría alguien en el mundo que habría tenido este mismo problema antes que yo. Y encontré algunas cosas interesantes (como estos artículos en inglés en Writers and Artists, The Inkpen Authoress, The Writers’ Helpers y Vision): básicamente, me decían cómo no escribir niños. Lo cual se reduce a dos puntos fundamentales:

  • Los niños no son adultos pequeñitos. No hagas una versión bajita de un personaje adulto (he caído en esto más de una vez).
  • Los niños no son estúpidos. El hecho de tener menos experiencia en la vida no hace que no sepan nada. Es más, aprenden bastante más rápido que los adultos: están acostumbrados a aprender constantemente.

Total, que me dije que estaba preparada y me lancé a la piscina: coloqué a dos niños como personajes principales en mi historia sobre el Muro de Berlín (adquieren más protagonismo cuando crecen un poquito, pero están ahí desde el principio). Y, por supuesto, lo hice fatal.

Lo primero que me dijeron las tres o cuatro personas que leyeron un trozo del borrador inicial fue que el niño más pequeño (que se suponía que tenía cuatro años) parecía un adulto en miniatura. Y que la hermana, que además era un poquito mayor, a veces era demasiado tonta. ¿Qué, te suena?

Resulta que a veces la documentación de fuentes secundarias no es suficiente. Hay que experimentar algunas situaciones de primera mano para comprenderlas, y en este caso lo que tenía que hacer era estar con niños. Niños de verdad, se entiende. Como mi hermana ya está crecidita y no tengo primos pequeños cerca, tuve que buscarme alternativas:

  • No te acordarás, pero tú también fuiste un niño. Pregúntale a tus padres o a gente que te conociera entonces cómo eras, qué cosas te gustaban y cuáles no. Busca álbumes de fotos o, mejor, vídeos caseros. Seguro que en algún momento llevaste un diario o le escribías cartas a tus amigos o tenías un diario de exploración: busca papeles viejos y encontrarás tesoros.
  • Pregunta en tu entorno. Seguro que algún amigo o conocido tiene niños pequeños: estarán encantados de hablarte de sus travesuras o de sus ocurrencias. Si puedes, visítalos y pasa un ratito con los niños: aunque parezca mentira, no muerden.

También hay miles de testimonios por ahí de niños ajenos: películas y documentales y de todo un poco. A mí me recomendaron este programa (está en inglés, pero merece la pena) y me ayudó a comprender que, también, cada niño tiene su personalidad y está influido por su entorno (exactamente como cualquier otro personaje), y que los niños genéricos no aportan nada precisamente por esa falta de individualidad: parecerá totalmente obvio, pero a mí no me resultó nada fácil explorar las raíces de la personalidad adulta de mis personajes mostrándolas ya en la infancia. No es lo mismo poner cuatro recuerdos difusos de Fulanito jugando con sus amigos de la guardería que escribir esos juegos desde el punto de vista del Fulanito de cinco años, siguiendo su lógica del momento y haciendo que su personalidad se mantenga constante con la del Fulanito adulto que aparecerá después, que obviamente habrá madurado. De hecho, es terriblemente complejo (al menos, para mí).

Y, después de haber escrito toda esta parrafada, no puedo darte ningún consejo definitivo. Por una de esas vueltas que da la vida he terminado trabajando con niños y puedo decir que estoy aprendiendo mucho con la experiencia: por ejemplo, a sacarle partido a esa fascinación que tienen los niños con todo lo que sea nuevo o se salga de la rutina. E intento trasladar cosas como esa a mis personajes, que (creo que) han mejorado un poco en cuanto a caracterización desde aquel primer borrador (sigo corrigiendo a un ritmo lentísimo, pero poco a poco la cosa va tomando forma: ¡espero poder darte una buena noticia al respecto muy pronto!).

¿Y tú? ¿Te atreves con los niños? ¿Tienes algún truco para escribirlos? ¿Huyes de ellos como hacía yo? ¡Cuéntamelo todo en un comentario! Y nos vemos la semana que viene.

Elena

2 respuestas a «Cómo aprendí a escribir niños»

  1. ¡Hola, Elena!
    Sólo me pasaba fugazmente por este artículo para agradecerte que tomaras tu tiempo en escribirlo. Llevaba un tiempo guardado en mi tablero de pinterest porque sabía que algún día lo necesitaría y voilà! Aquí estoy.
    Lo más complicado es que en mi novela la niña tiene dos añitos, y si te soy sincera, no consigo diferenciar esa edad del resto (y te habla una estudiante de Psicología que se supone que el año pasado estudió a los bebés en Ciclo Vital, pero nada, mi memoria lo mezcla todo jajaja).
    Aun así me estoy apañando muy bien con los enlaces que has puesto, y voy a empezar a rebuscar vídeos familiares, que a saber dónde están.
    Pero lo dicho, mil gracias por este artículo. Además me encanta cómo te expresas, da gusto leerte 🙂
    Un beso!

    1. ¡Muy buenas, Bea! En realidad, te entiendo. Es más difícil de lo que parece acertar con el grado de madurez exacto, ¡pero seguro que al final te queda genial! Otro truquito que tengo es darle más vueltas a las escenas con niños que al resto, trabajar más en ellas hasta que quedan como quiero. ¡Ya verás como ese bebé tuyo queda genial!
      Un besazo y muchísimas gracias por pasarte y comentar. ¡Hasta pronto!

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