DESDE QUE TENÍA DOCE AÑOS he creado muchos personajes. Los primeros, como te podrás imaginar, más que personajes eran patatas, como las historias que me inventé para ellos, aunque poco a poco fui mejorando y hoy en día puedo decir que estoy bastante orgullosa de algunos de ellos: por ejemplo, de Ellisif, la protagonista de Cuando la luna brille. Y de Heike, a la que espero poder presentarte dentro de poquito.
Y creo que todos hemos oído ese lugar común de que los libros de un escritor son como sus hijos, y de que una vez que diseñamos a nuestros personajes estos toman las riendas de la narración y hacen con sus historias lo que les da la gana. En cierto modo es así, aunque esto no es más que una manera bonita de decir que una vez que le das a un personaje una personalidad y un conjunto de valores, no puedes traicionarlos, y a veces por mucho que quieras empeñarte en que tu trama vaya por un sitio tienes que tener en cuenta que son esos personajes los que van a tener que llevarla, y no tú.
Pero por eso nunca habría imaginado que mi pequeño Kevin llegaría tan lejos.
El personaje más vivo que he creado
Porque, además, resulta que Kevin no está trabajado. No tiene personalidad ni pasado ni lo creé para ninguna novela. Nunca hice una ficha con su descripción física ni me paré a pensar realmente cómo iba a encajar con el resto de la historia. Porque no tiene.
De hecho, si lo hubiera sabido quizás habría escogido para él otro nombre (más tarde descubrí que en Alemania eso de llamarse Kevin no está muy bien visto, aunque de momento no planeo llevármelo de viaje).
Este es Kevin:
Kevin nació un día para una clase en la que íbamos a trabajar con vocabulario de ropa. Creo recordar que era porque cada niño tenía que dibujar a su propio Kevin y vestirlo con lo que quisiera para después describirlo, así que por eso es tan sencillo.
Ahora, Kevin es la mascota de la clase (¡y de todos mis grupos!). Tiene una novia que apareció cuando había que hablar de he y she (se llama Kevina), ha montado una banda con sus abuelos (los Kevin Rock) y es perfecto para cualquier tipo de ejercicio porque se dibuja en medio segundo y nadie puede decirme que no le sale. Y no se queja nunca, ni siquiera cuando lo ahorcamos jugando al Hangman.
Y, lo mejor de todo, es que Kevin está vivo. En cada grupo tiene una historia, dependiendo del vocabulario que nos toque ver, y cada vez que viene a visitarnos a clase le añadimos algo más a su ya heterogénea biografía.
Para mí, Kevin es el ejemplo perfecto de que las grandes ideas nos llegan cuando menos las esperamos. Y de que la vida está llena de sorpresas, porque quién me iba a decir a mí que un monigote con cuatro palos que garabateé en un momento iba a resultarme tan satisfactorio como esos otros personajes a los que me pongo a buscarles casa, escuela y hasta cascos, si hace falta.
(También es otro ejemplo de resiliencia).
Y, aunque no llegará a protagonizar ningún best seller (aunque hay por ahí Mary Sues más esquemáticas que él que han vendido millones de ejemplares), supongo que es uno de los favoritos en mi gran familia de personajes.
(No te olvides de dejarme un comentario si tú también tienes a un Kevin en tu vida).
Photo by Celia Ortega on Unsplash
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