¡Hola a todos!
He estado pensando mucho qué postre traer este mes. Como es el mes de San Valentín, me sentía medio obligada a traeros algo romántico y lleno de corazones. Pero confieso que no es mi estilo. Así que no sabía qué hacer.
Al final, harta de darle vueltas sin llegar a ninguna conclusión, me sumergí en la lectura de uno de esos libros que he leído y releído mil veces, pero de los que no me canso nunca porque son como viejos amigos: El cuento número trece, de Diane Setterfield. Y fue así, por casualidad, como encontré el postre perfecto para este mes.
Es un postre sencillito y humilde, que se menciona de pasada. Pero lo que lo hace especial es el relato en el que aparece. Si no conocéis el libro, os lo resumo (¡sin spoilers!): la escritora Vida Winter contrata a la joven biógrafa Margaret Lea para que escriba la historia de su vida. Así, el libro se divide en dos épocas (al estilo de El secreto de Black Rabbit Hall): el presente, con Margaret, y el pasado, con la historia de la señorita Winter, una historia sobre dos gemelas y una casa llena de secretos.
En cuanto al postre que os traigo, pertenece al relato de la señorita Winter. Hacia el comienzo, la anciana le habla a Margaret de los dos sirvientes más leales de la casa de su infancia: el ama y el jardinero. Es una explicación breve y sin gran importancia para el resto del libro, pero me gusta mucho por la sensación agridulce que deja. Es una historia de amor, sí, pero no tal y como estamos acostumbrados a entenderlo, con pasión y romance, sino un tipo de amor quizás menos convencional, pero que también merece ser celebrado. Esta es su historia:
Las personas corrientes, sin par, buscan su alma gemela, tienen amantes, se casan. Atormentadas por ser incompletas, luchan por formar una pareja. El ama no era diferente del resto de la gente a ese respecto. Y ella tenía su otra mitad: John-the-dig.
No eran una pareja en el sentido convencional. No estaban casados, ni siquiera eran amantes. Doce o quince años mayor que él, el ama no era tan mayor como para ser su madre, pero era mayor de lo que él habría esperado en una esposa. Cuando se conocieron, ella ya no esperaba casarse a su edad, mientras que él, un hombre en la flor de la vida, sí confiaba en contraer matrimonio, pero nunca lo hizo. Además, una vez que empezó a trabajar con el ama, a beber té con ella todas las mañanas y sentarse todas las noches a la mesa de la cocina para cenar lo que ella preparaba, abandonó la costumbre de buscar la compañía de mujeres jóvenes. Quizá con un poco más de imaginación habrían podido superar los límites que les marcaban sus expectativas; tal vez habrían llegado a reconocer la verdadera naturaleza de sus sentimientos: un amor enteramente profundo y respetuoso. Puede ser que en otra época, en otra cultura, él le habría propuesto matrimonio y ella habría aceptado. O, como mínimo, habría podido esperarse que algún que otro viernes por la noche, después del pescado y el puré de patatas, después de la tarta de frutas con crema, él le cogiera la mano —o ella a él— y la condujera hasta su cama en un silencio tímido. Pero esa idea jamás rondó por la cabeza de ninguno de los dos, de modo que se hicieron amigos y, como suele ocurrir en los matrimonios mayores, terminaron disfrutando de la dulce lealtad que aguarda a los afortunados cuando la pasión ya es historia, pero en su caso sin haber vivido esa pasión.
Personalmente, la historia de estos dos personajes me produce mucha ternura. Por eso he decidido homenajearlos haciendo una tarta de frutas con crema digna de la cocina del ama. En mi caso he decidido usar solo fresas, pero naturalmente podéis cambiarlo o añadir las frutas que queráis. Es uno de los postres más sencillos que he hecho, pero está delicioso. Vamos con la receta:
INGREDIENTES:
- 1/2 litro de leche
- 125 g de azúcar
- 40 g de maizena
- 2 yemas de huevo
- 1 rollo de masa de hojaldre
- 250 g de fresas
PREPARACIÓN:
1. Disolvemos la maizena en un poco de leche fría y ponemos el resto a hervir en un cazo.
2. En otro cazo, batimos las yemas de huevo con el azúcar (sin encender el fuego todavía).
3. Añadimos la maizena disuelta a los huevos y el azúcar, lo ponemos a fuego suave y removemos.
4. Cuando la leche hierva, la añadimos a la mezcla anterior y mezclamos bien. Lo ponemos a fuego fuerte para que vuelva a hervir y se espese, sin dejar de remover para evitar que se pegue o se formen grumos.
5. Una vez que tengamos una crema bien amarilla y espesa, la apartamos del fuego y la dejamos enfriar.
6. Mientras tanto, ponemos el hojaldre en un molde o directamente en una bandeja de horno y lo horneamos a 180º C durante aproximadamente 10 minutos, o hasta que se hinche y empiece a dorarse.
7. Mientras se hace el hojaldre, podemos ir cortando las fresas (o la fruta que hayamos escogido).
8. Sacamos el hojaldre del horno y extendemos encima la crema pastelera. Horneamos de nuevo unos 5-10 minutos.
9. Lo retiramos del horno y colocamos las fresas encima. (Es mejor hacerlo mientras está templado, para que se peguen mejor a la crema y no resbalen al cortarlo. Como alternativa, se puede poner la fruta sobre la crema antes de hornearla, y así se cocina. Esto funciona especialmente bien con manzana, pero tened cuidado de que la fruta en cuestión no suelte demasiado líquido).
10. ¡Y ya está! Un precioso pastel de frutas con crema perfecto para disfrutar con un té y, como siempre, un buen libro.
Espero que os animéis a probar la receta y, por supuesto, que me contéis qué os ha parecido. Y lo mismo si habéis leído o conocéis el libro. Y si no es así… ¿a qué esperáis? Es altamente recomendable.
¡Nos vemos en marzo!
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