CUANDO ESTABA ESCRIBIENDO el primer borrador de la novela que estoy en proceso de corregir ahora mismo (para la que me puse a buscar como loca si había lecheros en Berlín en 1961), tuve varios baches de escritura. No es la primera vez que me atasco, ni será la última, pero sí que ha sido especialmente duro para mí terminar esta novela, entre otras cosas porque he tardado más de lo que suelo en acabarla (también porque es más larga que las que he escrito antes) y porque la empecé antes de tiempo: sabía cómo quería que fuera el final pero no tenía claros puntos muy importantes de la estructura (como quién quería que fuera mi narrador) ni del tono que quería darle, así que no sabía cómo iba a llegar a ese final.
Normalmente, suelo planificar las cosas con mucho más cuidado y me hago una escaleta o lista de escenas, o por lo menos de lo que quiero que pase en cada capítulo. Pero esta vez me lancé a la piscina demasiado rápido, con cosas como «1971, Heike» como TODA indicación de lo que iba a ocurrir en el capítulo 3 (un capítulo que debía tener cerca de 15.000 palabras y que, claramente, iba a necesitar algo más que monólogos internos del personaje cuyo punto de vista quería explotar para funcionar).
Además, como me marqué a mí misma un objetivo diario de 700 palabras que me decidí a cumplir, la consecuencia clara de todo esto es que había días que me sentaba ante el Word sin saber qué se suponía que tenía que hacer con mis personajes. Así que ahora, corrigiendo, me toca leer (y eliminar o, al menos resumir), párrafos y párrafos de descripción de cómo mi Heike se prepara un café, se lo toma, mira el reloj de pared de la cocina, se levanta y lava los cacharros, limpia la encimera, se mira al espejo del pasillo, va al cuarto de baño, decide que es buen momento para fregar el suelo, etc. Es decir: paja. Relleno que escribí para cumplir con las 700 palabras diarias mientras encontraba la manera de hacer que Heike se decidiera a salir de casa y a ir a hablar con Fulanito de tal, que era lo que me interesaba que pasara.
¿Y sabes qué hay que hacer con toda esa paja? Bingo: quemarla. Resumir esos párrafos de actividades cotidianas en una frase del tipo «Heike pasó tres horas desgastando la moqueta mientras corría de un lado a otro en su intento por mantener la mente ocupada» o lo que sea y seguir adelante. Pero ¡ojo! Ya te he dicho alguna vez que todo lo que escribas es importante, aunque sea una patata, y la paja no va a ser menos. Aunque esa descripción de tres páginas de cómo tu personaje sacude las alfombras del salón vaya a desaparecer de tu manuscrito, es posible que puedas reutilizar la información que has obtenido de ella: por ejemplo, que esas alfombras fueron un regalo de bodas, que cuando está nervioso tu personaje se dedica a limpiar o que odia sacudir alfombras porque tiene alergia al polvo. Y puede que esos detalles sean importantes para definir a tu personaje, pero no lo suficiente como para merecer tres páginas: confórmate con un parrafito corto y pasa a lo siguiente.
Pero eso es lo peliagudo del asunto: ¿cómo sabes cuándo necesitas párrafos y párrafos de personajes tomando café o sacudiendo alfombras y cuándo son paja?
¿Cómo separar el grano de la paja?
Es más sencillo de lo que parece: es grano cuando forma parte de una escena de tu novela. Y es paja cuando no.
Ya, ya sé que tú creías que lo de sacudir las alfombras era una escena porque, bueno, al fin y al cabo ocupa tres páginas ¡y te costó mucho documentarte sobre los hilos de las alfombras! Además, esas metáforas sobre la alfombra voladora de Aladino te quedaron tan bien que ¿cómo vas a borrarlas?
Pues lo siento, pero no es oro todo lo que reluce y no todos los párrafos largos forman parte de una escena.
Estructura de una escena (según Dwight Swain)
Voy a resumirte muy brevemente el análisis que Dwight Swain hizo de las escenas narrativas en un libro que publicó en 1965. Si quieres ampliar esta información, te recomiendo que les eches un vistazo a este artículo de Escrilia sobre el tema y a este otro (en inglés) de Rady Ingermanson (el creador del método del copo de nieve).
Macroestructura
Hay dos tipos de escenas, que deben formar una cadena en la que una suceda a la otra.
Acción
Consta de tres elementos: objetivo (qué quiere tu personaje), conflicto (obstáculos) y problema (fracaso de tu personaje).
Secuela
A cada escena de acción debe seguirle una escena secuela, que también consta de tres elementos: reacción (respuesta al problema de la escena de acción), dilema (tu personaje tiene varias opciones) y decisión (tu personaje escoge un nuevo objetivo entre esas opciones, lo cual lleva a una nueva escena de acción).
Microestructura
Dentro de cada escena hay dos tipos de párrafos (no tiene que ser exactamente un párrafo por tipo, pero es el modo más sencillo de visualizarlo), que también deben encadenarse el uno al otro.
Motivación
Algo (externo a tu personaje) ocurre.
Reacción
Tu personaje hace algo en respuesta a la motivación.
Lo recomendable es planificar esto antes de empezar a escribir tu novela. Digamos que tu historia va a seguir la estructura narrativa de los tres actos: en un manuscrito de 100.000 palabras, deberías introducir el gancho de tu historia en las primeras 1.000 (lógico, por otra parte: si quieres que alguien siga leyendo tendrás que atraer su atención). Si, por ejemplo, dividimos esas 1.000 palabras en dos escenas y párrafos de 100 palabras cada uno, deberías acabar con 10 párrafos tal que así: ACCIÓN (M-R-M-R-M), SECUELA (R-M-R-M-R).
Hacer esto, por supuesto, no es nada sencillo. Requiere mucha práctica y mucho trabajo duro: es complicado trasladar tus ideas y tus personajes, que al fin y al cabo deberían ser tan complejos como las personas, a una estructura tan férrea y cerrada como esta. ¡Y sin que se note! Porque la clave está en que todo fluya y parezca natural.
Ah, aquí es adonde yo quería llegar. Porque, verás, siempre aprovecho cualquier oportunidad, por pequeña que sea, para hablar de ballet: me encanta ver ballet, aprender sobre ello y verme documentales de bailarinas. Me fascinan cosas como el valor que el corps de ballet puede aportar a la historia (porque, al fin y al cabo, en el ballet de lo que se trata también es de contar historias), o la facilidad con la que los bailarines hacen que las coreografías (que por supuesto son terriblemente difíciles y agotadoras y requieren años de entrenamiento diario) parezcan sencillas y etéreas. Y es bonito, ¿verdad?
Igual que lo debería ser un buen libro. ¿Sabes cuál es la clave para que una novela te enganche? Aparte de que te interese el tema que trata y de que el estilo del autor no sea tan nefasto que te distraiga de lo que estás leyendo, es esta estructura de escenas encadenadas lo que hace que no puedas soltar el libro. Porque una escena anuncia la siguiente y hace que mantengas la intriga por saber qué va a pasar a continuación (y porque no hay paja estorbando por el medio que te haga recordar que tienes una vida fuera del libro).
Ya sabes cómo separar el grano de la paja: todo aquello que no cumpla esta estructura no es una escena, y por tanto puedes quitarlo con total tranquilidad. Reordena tu manuscrito de tal manera que cada acción tenga su secuela y verás cómo la calidad de tu novela aumenta radicalmente. Aunque, por supuesto, hay algunas cositas más que debes tener en cuenta con respecto a las escenas… pero voy a dejarlas para la semana que viene. ¡Hasta el próximo miércoles!
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