DESDE QUE TENÍA DOCE AÑOS he creado muchos personajes. Los primeros, como te podrás imaginar, más que personajes eran patatas, como las historias que me inventé para ellos, aunque poco a poco fui mejorando y hoy en día puedo decir que estoy bastante orgullosa de algunos de ellos: por ejemplo, de Ellisif, la protagonista de Cuando la luna brille. Y de Heike, a la que espero poder presentarte dentro de poquito.
Y creo que todos hemos oído ese lugar común de que los libros de un escritor son como sus hijos, y de que una vez que diseñamos a nuestros personajes estos toman las riendas de la narración y hacen con sus historias lo que les da la gana. En cierto modo es así, aunque esto no es más que una manera bonita de decir que una vez que le das a un personaje una personalidad y un conjunto de valores, no puedes traicionarlos, y a veces por mucho que quieras empeñarte en que tu trama vaya por un sitio tienes que tener en cuenta que son esos personajes los que van a tener que llevarla, y no tú.
Pero por eso nunca habría imaginado que mi pequeño Kevin llegaría tan lejos.
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