EL OTRO DÍA me pidieron que cantara en una boda. Me entraron sudores fríos y una risa histérica y lo primero que hice fue responder con un icono tal como este: 😱 (también fue mi respuesta cuando mi profe de la autoescuela me dijo que me iba a apuntar al examen, porque yo soy así de expresiva). Pero se me fue la pinza y dije que sí (también a lo del examen, aunque después suspendí dos veces antes de sacarme el carné de conducir). Y la risa histérica se intensificó, porque de repente me di cuenta de que no se trata de cantar en la ducha sino en la boda de alguien.
Vamos, un ataque agudo del Síndrome del Impostor, como el que sufrí hace dos años cuando comencé la campaña de crowdfunding para publicar Cuando la luna brille (mi novela de vikingos).
¿Que qué es eso del Síndrome del Impostor? Básicamente lo que explican María José Moreno y Abel Amutxategi en sus artículos: aunque hayas logrado el éxito en tu campo (sobre todo ocurre en profesiones artísticas), te parece que no mereces el reconocimiento que obtienes porque no eres un experto en la materia, porque hay gente que sabe más que tú, porque quién va a querer escuchar tus consejos, etc.
Por supuesto, sentirse así es normal. Sobre todo cuando lo máximo que has hecho ha sido cantar en algún coro hace años (y fliparte con la alcachofa de la ducha) y de repente te dicen que hay alguien dispuesto a pagarte para que cantes en su boda.
Hay muchas formas de enfrentarte a este problema. Hay gente a la que le da igual todo y que tira para adelante. Y luego estoy yo, que soy una persona extremadamente controladora y perfeccionista, incapaz de aceptar nada menos que perfecto como válido.
¿Qué puedes hacer, entonces, si eres como yo? Pues lo del título de la entrada:
¡Valor y al toro!
¿Y qué significa esto? ¿Que debes involucrarte como el que más en las fiestas de tu pueblo? Es opcional, por supuesto, pero no: no dejes que el miedo te pueda. Sigue adelante; dale la vuelta a la situación hasta que tú tengas el control.
Cuando escribir deja de ser un hobby
Como te decía antes, es normal que, de vez en cuando, te ataque un poco el Síndrome del Impostor. Sobre todo cuando das el paso y decides mostrarle al mundo lo que escribes. A mí me pasó con mi novela, me pasó también la primera vez que le dejé leer un texto a un lector cero y me pasa cada vez que publico una entrada en el blog.
De hecho, con el blog me pasa mucho. Porque los artículos salen rápido, uno cada miércoles. Por mucho que tenga planificado el contenido que voy a publicar de aquí a unos meses, por muy clara que tenga la estructura de los artículos, tardo aproximadamente una tarde en escribir cada entrada y otra tarde en revisarla y ponerla bonita. No puedo releerla quince veces ni corregirla en fases como si fuera una novela (ni tampoco hace falta, vamos), y eso significa que la seguridad que me da el hecho de saber que el texto es lo mejor que puedo dar de mí se reduce. Y es que, muchas veces, le doy al botón de publicar en plan ¡valor y al toro!
Y lo cierto es que, por mucho que corrijas tu novela, te va a pasar lo mismo. Nunca es suficiente, siempre puedes cambiar una coma o añadir un sinónimo. Porque, en el momento en el que publicas tu obra, pierdes el control.
Y eso es algo aterrador.
Pero, ¿sabes? Merece mucho la pena. Porque hay gente que viene y te dice que le ha gustado lo que has escrito, que le has hecho pasar un buen rato. Y, bueno, tu Síndrome de Impostor hace que te cueste un poco creértelo, que pienses que no es para tanto, pero las buenas críticas ayudan un poco a superar ese miedo. Porque tu pasión ha dejado de ser un hobby y quieres ganar algo (aunque ya te lo digo yo, no va a ser mucho) de dinero con ello.
Haz como yo: esfuérzate todo lo posible para que salga bien. No dejes nunca de querer aprender y mejorar, por supuesto. Y tampoco te recrees demasiado en los fracasos: todos hemos escrito alguna que otra patata a lo largo de los años y de todas ellas puedes aprender algo. Y, cuando llegue el momento, déjate llevar y da el paso.
(Me consuela el hecho de que no es muy probable que vaya a llover en una boda en agosto. Veremos).
Como has visto, este mes no ha habido postre aunque tocaba hoy: no te preocupes, es que mi queridísima María Vogel sigue de vacaciones, pero el tercer miércoles de septiembre volverá con más recetas literarias. Recuerda que, si quieres que haga el postre de tu libro favorito, puedes dejarle una sugerencia en un comentario o contactar con ella directamente por twitter. Y, para no perderte nada, puedes suscribirte también a la nueva lista de correo del blog:
¡Hasta la semana que viene!
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