La hija de la novicia no es la primera novela histórica que he escrito ambientada en la Edad Media. De hecho, ni siquiera es la primera novela de corte medieval que he publicado: los protagonistas de Cuando la luna brille son dos jóvenes vikingos también del siglo IX, aunque al final se trata de dos novelas muy distintas que tratan temas también muy diferentes. Es más: con La hija de la novicia sumo dos novelas con ambientación medieval y otras dos situadas en el siglo XX.
En la novela histórica, quizás más que en otros géneros, la época y la ambientación son casi siempre el primer elemento que debemos tener bien claro a la hora de plantearnos comenzar un nuevo proyecto. Las costumbres y creencias de cada lugar y cada tiempo condicionan los comportamientos y la personalidad de los personajes tanto como los grandes acontecimientos que pudieran haber ocurrido en cada época.
Siempre digo que, si una novela histórica está bien construida, no podremos separar en ella el entorno de la trama. Si trasladáramos una novela cuya acción transcurra, por ejemplo, en el Berlín de la Guerra Fría a, digamos, la Castilla de los Comuneros, y el argumento y las motivaciones de los personajes no tuvieran que sufrir grandes cambios para continuar resultando coherentes… es que no estamos ante una buena novela histórica.
Por ello, es muy importante que antes de sentarse a escribir, quien se propone abordar una novela histórica emprenda primero una gran labor de documentación sobre la época que pretende retratar. Y no creas que, por haber escrito anteriormente otra novela histórica medieval, me ha resultado en esta ocasión tarea fácil sumergirme en el mundo de La hija de la novicia: ¡todo lo contrario!
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