ANTES DE NADA, tengo que confesarte que tengo una relación bastante complicada con los podcasts. Si alguien me preguntara por la calle si suelo escucharlos, diría que no. Nunca. Ni podcasts, ni música, ni nada de nada. Creo que tiene que ver con mi incapacidad para, primeramente, prestar atención a cualquier información que me entre por las orejas si estoy haciendo al mismo tiempo otra actividad (total, el multitasking no existe) y, además, a que no soy capaz de relajarme si lo único que tengo que hacer es escuchar.
Básicamente, me pongo un podcast, me distraigo con la primera tarea que se me ocurre (siempre hay polvo que limpiar y platos que lavar) y cuando me doy cuenta llevo siete minutos sin escuchar lo que tenía que estar escuchando porque estaba repasando la lista de la compra.
Pero, dirás, ¿a qué viene este artículo, entonces? Pues a dos cosas:
- La primera, que estamos en 2019, que es el año en el que voy a publicar mi novela Esa nube tiene forma de oveja, que va sobre la Guerra Fría, y por la que he escuchado un montón de podcasts muy interesantes. Si ves que no puedes esperar para leer un libro mío (oye, una puede soñar), también puedes comprar Cuando la luna brille, que va de vikingos y no tiene nada que ver con la Guerra Fría, pero resulta que sale un barco muy chulo.
- La segunda, que tengo una tendencia nada agradable a marearme en todos los medios de transporte habidos y por haber, lo cual me impide hacer prácticamente nada cuando me enfrento a un viaje largo. Así que, siempre que viajo, mientras no me toque conducir, escucho podcasts.