¡HOLA! En la entrada de la semana pasada te conté que me he puesto a corregir la última novela que he escrito. Cuando termine de tachar cosas y añadir flechas rojas y asteriscos y de rellenar los márgenes de trozos reescritos me tocará pasar todos esos cambios al Word. Pero, claro, cuando llevas, pongamos, tres horas seguidas corrigiendo y cambiando cosas (quitando y tachando y volviendo a poner), es muy probable que llegue un momento en el que ya no sepas bien ni cómo te llamas. No te preocupes: es normal. Llegados a ese punto lo mejor es que salgas un poquito a la calle, aunque sea al balcón, a que te dé el aire.
Y, quizás, cuando vuelvas y releas lo que has corregido te des cuenta de que sigue sin convencerte. O de que, incluso, ese párrafo que has tachado entero tendrías que haberlo dejado en su sitio. Porque estaba mejor antes.
Si en vez de corregir a mano, como yo, eres de los que prefiere hacerlo directamente a ordenador, caerás más de una vez en la tentación de borrar capítulos enteros sin parpadear. Es por eso que el control de cambios tiene que convertirse (si no lo es ya) en tu mejor amigo durante el proceso de corrección.
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