SI HAY UNA PREGUNTA que me sorprende que me hagan siempre en las presentaciones de Cuando la luna brille es esa de ¿por qué una novela de vikingos con tan pocos vikingos? Y la cosa es que me la suelen hacer mucho, con alguna variación, casi siempre junto a un comentario del estilo de «pues me esperaba algo muy diferente de una novela de vikingos». Porque es una novela romántica, en cierto modo, pero también tiene algo de acción aunque no sea el elemento principal de la trama. Durante mucho tiempo, he respondido a estas preguntas diciendo que a mí lo que me interesaba era hablar de la vida cotidiana de los vikingos: humanizarlos y entenderlos y meterme en sus mentes para comprender su punto de vista. Y por eso escribí esta novela, aunque hasta ahora no he sabido ponerle una etiqueta.
Hasta que he leído Pachinko.
Aunque mi edición está en inglés, esta novela está publicada por Quaterni en España. Y aunque solo sea por esto, tienes que darle una oportunidad porque todas las ediciones que he visto del libro tienen una portada preciosa.
Yeong-do, Corea, 1911. En una pequeña aldea de pescadores a la orilla del mar del Este, un hombre tullido se casa con una muchacha de quince años. La pareja tiene una hija, su adorada Sunja. Cuando Sunja se queda embarazada de un hombre casado, la familia se enfrenta a la ruina. Pero entonces Isak, un joven sacerdote cristiano, le ofrece una oportunidad de salvación: una nueva vida en Japón como su esposa. Tras seguir a un hombre al que apenas conoce hasta un país hostil donde no tiene amigos ni hogar, la salvación de Sunja no será más que el principio de su historia. A través de ocho décadas y cuatro generaciones, Pachinko es un relato épico de familia, identidad, amor, muerte y supervivencia.
La verdad es que tenía muchas ganas de leer Pachinko desde hace unos meses: es ese típico libro que empieza a perseguirte y lo ves por todas partes. No tardó mucho en escalar posiciones en mi lista de Goodreads, y apenas lo tuve esperando en mi pila de pendientes (y eso que es un best seller y que ya sabes que los cojo siempre con prudencia).
No me defraudó. O, al menos, no me dejó indiferente.
Pero vamos por partes.
Pachinko
En Pachinko, Min Jin Lee no habla de grandes eventos históricos. O, más bien, habla de todos ellos, pero sin colarnos el rollo de infodumping del que tantas veces hemos tenido que huir.
La trama de Pachinko se desarrolla entre 1910 y 1989, en Japón y Corea, principalmente: vamos, casi el siglo XX enterito, que todos los que estudiamos un poquito de historia en el instituto sabemos que dio para mucho. Así, los personajes de la novela viven (y muy de cerca) hechos históricos como la Segunda Guerra Mundial o la Guerra de Corea, pero en ningún momento hay un narrador fastidioso que se pare a explicarnos qué hacía tal o cual país metido en tal o cual conflicto. De hecho, vas hilando un poco lo que está pasando mediante conversaciones de pasada que tienen personajes que, a veces, están tan poco informados como tú, y con eso y un poco del conocimiento previo de cada uno, terminas con un contexto histórico que, obviamente, condiciona la vida de los protagonistas, pero que, como lectores, no necesitamos conocer en detalle para disfrutar de la historia.
Y es que, en esta novela, lo importante son las consecuencias. Hay guerra, y por tanto se pasa hambre y el país tiene que hacer esfuerzos militares. Pero (por suerte), no hay nada de batallas ni de estrategias ni de diplomacia, porque los protagonistas de Pachinko son personas de a pie que no tienen nada que ver con las esferas militares. Pero ves las consecuencias de la guerra en los detalles, como ya hacía David B. Gil en El guerrero a la sombra del cerezo, y eso te hace empatizar terriblemente con los personajes. Añádele a esto un par de momentos especialmente sazonados de ironía dramática, como cuando cierto personaje se va a trabajar a Nagasaki en 1945 y sabes que que la cosa no va a ir del todo bien, y tienes un marco histórico perfectamente montado sin necesidad de recurrir al infodumping.
Pero no es eso lo único que Pachinko hace bien: es una novela construida a partir de escenas cotidianas. Conversaciones sencillas de gente sencilla, que aquí y allá te van perfilando la forma de pensar y la complejidad de su situación, así como la evolución de la sociedad en los muchos años que transcurren desde en la novela (que al final no es sino el relato de la vida completa de Sunja, la principal protagonista): por ejemplo, en asuntos como la percepción social del matrimonio y las relaciones prematrimoniales. Es una novela histórica costumbrista porque los personajes cocinan y leen y trabajan y viven su vida mientras, en la calle, se desarrolla la Historia. Y, como en un best seller de los adictivos, los personajes son proactivos: hacen cosas, cometen errores y son las consecuencias de esos errores (y las consecuencias de los devenires de la Historia) las que completan una trama que se entrelaza en nudos tan complejos como la vida misma.
La novela histórica costumbrista
Antes de leer Pachinko, no me había parado a ponerle una etiqueta a este género que tanto disfruto leyendo. Siempre me ha gustado leer y escribir novela histórica, pero prefiero mil veces una que trate sobre gente anónima y su vida cotidiana a una que sea una biografía novelada de tal o cual personaje importante, por muchas intrigas palaciegas que conlleve (que, también, de vez en cuando, está muy bien leer).
Por eso para mí fue natural crear el personaje de Ellisif para mi novela Cuando la luna brille, porque necesitaba un contrapunto de normalidad a las aventuras y saqueos que son inherentes a cualquier novela de vikingos. Y, por eso, cuando empecé a plantearme que quería escribir una novela ambientada en el Berlín dividido de la Guerra Fría, en vez de tirar por lo manidísimo (aunque emocionante, no te lo voy a negar) de meter cuatro o cinco espías y montar una novela de intriga, me fui hacia algo más reposado y decidí contar la historia de una familia atrapada por las circunstancias.
Como en Pachinko.
Y en cierto modo, Pachinko me recuerda a otra novelas históricas a la que también puedo llamar costumbristas: la trilogía de Nueva Zelanda de Sarah Lark, que devoré en su momento pero que considero que están demasiado extendidas, con tramas que se extienden por años y años contando las peripecias de los hijos de los hijos, y terminan cayendo en el melodrama barato (un poco como La luz que no puedes ver, de Anthony Doerr) y tratando de sacar la lágrima fácil al lector (cosa que, por cierto, también me pasó con otra novela de la misma autora, La doctora de Maguncia, que en un principio no relacioné con ella porque las ha publicado con diferentes pseudónimos, pero que me dejó con la misma sensación de haber pasado un buen rato pero, al mismo tiempo, de haberme resultado lecturas vacías).
Pachinko, sin embargo, aunque podría haber caído en esta trampa si hubiera tenido cien páginas más (si la autora se hubiese centrado aún más en contar la vida de Solomon y sus futuros descendientes, por ejemplo), y pese a que la primera mitad del libro me gustó bastante más que la segunda, cuando dejamos a Sunja prácticamente de lado, al final, y tras haber leído el afterword de la propia Min Jin Lee, no se deja llevar por este melodrama y termina por resultar un relato que cumple bastante bien con la que creo que era la intención de la autora: hablar de las terribles condiciones de la inmigración coreana en Japón, sobre todo después de la época colonial, y de las consecuencias que aún hoy en día sigue teniendo.
Sin duda, Pachinko es una novela para reflexionar largo y tendido después de haber terminado la lectura. Y por eso es una excelente novela histórica costumbrista, porque a través de ese relato de la vida misma deja entrever un mensaje, además de mostrar una realidad histórica muy bien documentada. ¡Y sin caer en el infodumping! Totalmente recomendada.
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Photo by 童 彤 on Unsplash
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